Sobre el órgano del alma
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El empuje de ciencias emergentes como la fisiología, la embriología, la neuroanatomía o la química hizo sentir a naturalistas, fisiólogos, médicos, e incluso filósofos del XVIII, la necesidad de escribir una historia natural del alma que pudiera sustituir a la descripción que durante siglos la filosofía había hecho de ella de manera puramente hipotética y conceptual. La Experimentalphysik der Seele, por emplear la expresión de Sulzer, no buscó en el corpus pineale las claves de sus investigaciones; su interés se centró en el cerebro, pues no dejaba de ser un órgano particular de los animales destinado a producir, en el caso del hombre, el pensamiento, al modo en que el estómago y los intestinos tenían el papel de operar la digestión, el hígado filtrar la bilis o las parótidas y las glándulas sublinguales preparar los jugos salivales. En cualquier caso, se trataba, en palabras de D’Alembert, de réduire la métaphysique à une physique expérimentale de l’esprit1. No fue otro el objetivo de Samuel Thomas Sömmerring (1755-1830), profesor de anatomía y de fisiología en Maguncia, pero también antropólogo y paleontólogo; admirador de Haller, estudiante de medicina en Gottinga con Blumenbach y amigo de Peter Camper, cuando en 1796 publicó Über das Organ der Seele2, un opúsculo de ochenta páginas, dedicado a Kant, «el orgullo de nuestra época» (Sömmerring dixit), en el que, además de querer probar e ilustrar con gráficos que eran los ventrículos cerebrales los que recibían las terminaciones nerviosas del cuerpo, afirmó (en la segunda parte) que el sensorium commune3 se localizaba en el líquido cerebroespinal intra-ventricular. Pare∆αίμων. Revista de Filosofía, no 33, 2004, 11-19